| Jorge Izquierdo Bustamante
A más de cien años de ese hecho histórico, en el cual los cadetes del H. Colegio Militar escoltaron al Presidente Francisco I. Madero, habría que hacer una serie de valoraciones sobre lo que la lealtad entraña en nuestros tiempos.
Repetir año con año, un evento en el que se leen discursos que parecen ser solamente oportunidades para hablar de lealtad y no actuar en consecuencia en el día a día, parece ser una actitud meramente protocolaria, y que en mucho desdibuja el verdadero concepto, que hoy es casi accesorio en la realidad nacional.
Evocar un hecho, que entraña un alto significado desde el punto de vista histórico, pero que en el presente es poco perceptible, nos obliga a hacer un alto en el camino, para saber de qué estamos hablando cuándo se evoca la palabra lealtad. En el caso particular que nos ocupa, cuando se recuerda la lealtad de los jóvenes cadetes al Presidente Madero, se tiene que hacer con una interpretación muy precisa y adecuada, los cadetes acompañaron a Madero, porque era el Presidente de México, que había sido elegido por el pueblo; en estricto sentido lo que se protegió era la personificación de la voluntad popular, esto es, los cadetes estaban haciendo respetar los designios del pueblo.
Y traigo a colación esta situación porque en innumerables ocasiones hemos escuchado a los oradores oficiales en este evento cívico, en cualquiera de los aniversarios de la Marcha de la Lealtad, y sus mensajes son ciertamente mal direccionados, son piezas oratorias donde se muestran como fieles cuidadores de la integridad física y moral del ejecutivo en turno, llámese este Presidente de la República o Gobernador del Estado. Cuando en realidad debieran expresar profundamente su incuestionable e incondicional compromiso con quienes eligieron esas autoridades, y hacerles sentir que siempre estarán en favor del resguardo de la voluntad popular, en especial cuando quienes hacen uso de la palabra en estos eventos, son miembros de la Fuerzas Armadas, sin olvidar que en el caso particular del Presidente de la República, este es el Jefe Supremo de las mismas, pero precisamente detenta ese cargo, porque el pueblo así lo decidió.
En los momentos difíciles que estamos viviendo como nación, y que a nadie deben pasar desapercibidos, es importante el fortalecimiento de la vida institucional, pero con interpretaciones ciertas, no podemos dar el lujo de seguir tratando de hacer lecturas coyunturales o a modo o conveniencia, son tiempos de certeza y de carácter.
El valor de la lealtad, como cualquiera otro, tiene un elemento inconfundible, y es el que, este tiene que ser en ambos sentidos, esto es, al que es leal, hay que serle leal, y eso se ha venido olvidando de una manera terrible, cuántos e incontables casos de deslealtad hemos conocido en los últimos años, pareciera que este alto valor, ha venido en desuso, como muchos otros.
Sin ser pesimista, ni catastrofista, cuando veo una Marcha de la Lealtad, siempre veo a quienes caminan a los lados de los ejecutivos, y me imagino cuántos traidores y traidoras los acompañan, y reitero más allá de la traición al ejecutivo como persona, la traición a la nación; los innumerables corruptos que acompañan a quien es su jefe coyuntural, al cual seguramente están dispuestos a traicionar para seguir permaneciendo en la construcción de sus proyectos de grupo o personales, sin el menor recato de agradecimiento a quien les dio la oportunidad de trabajar a su lado, y que como principio básico le debieran estar agradecidos, por lo que hacen por ellas y ellos y sus familias.
Lastimosamente lealtad, honestidad, compromiso, responsabilidad, transparencia, y otros, son valores que se han quedado en el pasado, o que son solo elementos retóricos para ser utilizados en las piezas oratorias.
La lealtad no necesita estar acompañada de adjetivos, o se es o no se es, cuando se es, se tiene a pesar del precio que se tenga que pagar, la lealtad no es para los acomodaticios, que hoy están en un lugar porque satisfacen sus necesidades o excentricidades, y mañana ya están en otro, para continuar en su dinámica, que en muchas casos es meramente hedonista.
Ojala pudiéramos enseñar a los jóvenes con ejemplos como el de los guardias personales del Presidente Salvador Allende que en los momentos del golpe de estado a este orgullo latinoamericano, y aún que él mismo les había conseguido salvoconductos para ellos y sus familias, decidieron quedarse con el Presidente de la República hasta el final y ofrendar su vida, para cuidar la de Allende, pero sobre todo hacer respetar la voluntad popular, se quedaron con quien fue electo por el pueblo chileno, por eso a estos inolvidables chilenos se les conoció y serán recordados como: “El Grupo de Amigos Personales”.
Hace muchos años Carlos Alberto Madrazo Becerra, en un discurso ofrecido a estudiantes tamaulipecos, señaló “Hacer política es nunca negar a un amigo” o sea el valor de la lealtad (de aquí para allá, y de allá para acá), que falta nos hace crecer en estos ejemplos, cuando en nuestros días vemos a muchas y muchos denostar de sus jefes y amigos, porque sus proyectos personales así se los mal piden, a esos se les llama traidores, traidoras, mezquinos, mezquinas, como mejor lo prefieran.
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